29 de octubre de 2023 / 05:31 AM
En la Misa de clausura del Sínodo de la Sinodalidad, el Papa Francisco señaló que “quizás tengamos muchas ideas hermosas para reformar la Iglesia”, pero recordó que adorar a Dios y al prójimo “es la mayor e incesante reforma”.
Este domingo 29 de octubre, a las 10 horas de Roma, el Papa Francisco presidió la Santa Misa de clausura de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
El Santo Padre se situó a la derecha de la nave central de la Basílica, junto a la escultura de bronce de San Pedro. La Santa Misa fue celebrada por el Cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo.
Tras las lecturas en inglés, español e italiano, el Pontífice leyó su homilía, donde recordó que “el mandamiento más grande” es amar a Dios “con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu”.
A continuación, señaló que el segundo mandamiento es semejante al primero y también importante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Amar a Dios con la adoración y el servicio
En este sentido, explicó que a Dios se le ama a través de la adoración y el servicio. Aclaró que “la adoración es la primera respuesta que podemos ofrecer al amor gratuito y sorprendente de Dios. Sobre todo ahora que hemos perdido el sentido de la adoración”.
Más tarde, subrayó que “quien adora a Dios rechaza a los ídolos porque Dios libera, mientras que los ídolos esclavizan, nos engañan y nunca realizan aquello que prometen, porque son obra de las manos de los hombres”.
“La confirmación de que no siempre tenemos la idea justa de Dios es que a veces nos decepcionamos: me esperaba esto, me imaginaba que Dios se comportaría así, pero me he equivocado. De esta manera volvemos a recorrer el sendero de la idolatría, pretendiendo que el Señor actúe según la imagen que nos hemos hecho de Él.
Según el Santo Padre, esto “es un riesgo que podemos correr siempre: pensar que podemos ‘controlar a Dios’, encerrando su amor en nuestros esquemas; en cambio, su obrar es siempre impredecible, y por eso requiere asombro y adoración”.
“Debemos luchar siempre contra las idolatrías; las modernas, que a menudo proceden de la vanagloria personal —como el ansia de éxito, la autoafirmación a toda costa, el diablo entra en los bolsillos, la avidez del dinero, la seducción del carrerismo—, pero también las idolatrías disfrazadas de espiritualidad: mis ideas religiosas, mis habilidades pastorales. Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el centro, en lugar de poner a Dios”.
En esta línea, el Papa Francisco pidió dedicar tiempo “a la intimidad con Jesús buen Pastor en el sagrario” y remarcó que “no existe una verdadera experiencia religiosa auténtica que permanezca sorda al clamor del mundo. No hay amor de Dios sin compromiso por el cuidado del prójimo, de otro modo se corre el riesgo del fariseísmo”.
“Quizás tengamos realmente muchas ideas hermosas para reformar la Iglesia, pero recordemos: adorar a Dios y amar a los hermanos con su mismo amor, esta es la mayor e incesante reforma”, aclaró.
Instó también a ser una “Iglesia adoradora e Iglesia del servicio, que lava los pies a la humanidad herida, que acompaña el camino de los frágiles, los débiles y los descartados, que sale con ternura al encuentro de los más pobres”.
Asimismo, dirigió su mirada a “los que son víctimas de las atrocidades de la guerra; en los sufrimientos de los migrantes; en el dolor escondido de quienes se encuentran solos y en condiciones de pobreza; en quienes están aplastados por el peso de la vida; en quienes no tienen más lágrimas, en quienes no tienen voz”.
“Esta es la Iglesia que estamos llamados a soñar: una Iglesia servidora de todos, servidora de los últimos. Una Iglesia que no exige nunca un expediente de ‘buena conducta’, sino que acoge, sirve, ama. Una Iglesia con las puertas abiertas que sea puerto de misericordia”.
“El Señor nos ayudará a ser una Iglesia más sinodal”
Por último, el Papa Francisco señaló que durante el Sínodo de la Sinodalidad “hemos podido experimentar la tierna presencia del Señor y descubrir la belleza de la fraternidad”.
“Nos hemos escuchado mutuamente y, sobre todo, en la rica variedad de nuestras historias y nuestras sensibilidades, nos hemos puesto a la escucha del Espíritu Santo. Hoy no vemos el fruto completo de este proceso, pero con amplitud de miras podemos contemplar el horizonte que se abre ante nosotros”.
Por ello, afirmó que “el Señor nos guiará y nos ayudará a ser una Iglesia más sinodal y misionera, que adora a Dios y sirve a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo, saliendo a llevar la reconfortante alegría del Evangelio a todos”.
A modo de conclusión, agradeció su presencia a todos los participantes de la asamblea y expresó su deseo de que “podamos crecer en la adoración a Dios y en el servicio al prójimo”.
Al finalizar la Misa, cantaron el Salve Regina. Más tarde, el Papa Francisco abandonó la Basílica en silla de ruedas por la nave central mientras saludaba a los fieles presentes.