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Albert Camus, una reconsideración radical del periodismo. Las redes sociales impulsan la mentira.

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Las redes sociales le han dado tal impulso a la mentira que ahora ésta no sólo es más potente sino que convence con más facilidad.
El periodismo ha perdido el rumbo. En un tiempo estuvo en un barco habitado por la información, pero los tripulantes del navío se dejaron seducir por las estrellas fugaces que se activan desde misteriosos mecanismos y terminó siendo más atractiva la luminaria de origen desconocido que la antigua carta de navegación. La navegación hasta entonces se aseguraba con datos seguros, comprobados, pero ya no hace falta. Los bandoleros mal informados que asaltaron el Capitolio poco antes de que Trump fuera sucedido por Joe Biden forman parte del enorme ejército de convencidos de que para viajar en barco da igual la información que la opinión, aunque ésta se base en mentiras.
De hecho, las mentiras resultan ahora más atractivas, tienen mejor prensa, que lo que cuesta comprobar. El rumor, que en un tiempo no tenía cabida en la escritura de los periodistas sino en las soflamas de los pasquines, son ahora alimento que engorda tertulias en las que participan sedicentes periodistas que, además, manejan como si fueran suyos los argumentos de los partidos políticos de los signos más diversos. El resultado es un caos del que se nutren a la vez el periodismo, la política y los ciudadanos. Las redes sociales han enmarañado el tablero y hoy solo hay nube o furia donde antes hubo periodismo. El barco está loco y los tripulantes sufren un mareo que conduce a una terrible guerra en la que los datos no importan tanto como la opinión que se forma a raíz de la existencia de los rumores.
Las redes sociales le han dado tal impulso a la mentira que ahora ésta no sólo es más potente sino que convence con más facilidad
El asunto es muy viejo, naturalmente, y ha sido materia de estudio o preocupación desde la antigüedad; ha sido trampolín de desprestigios interesados, en tiempos de paz y en tiempos de guerra, y ahora es el campo en el que se libra una batalla total en la que va ganando la mentira. La mentira, como la verdad, no es un valor absoluto (si aquella fuera un valor), pero mientras en el esquema de una información haya el aire de un rumor la noticia estará más cerca de la mentira que de la verdad, pues la mentira mancha más, y es una mancha sucia. Las redes sociales le han dado tal impulso a la mentira que ahora ésta no sólo es más potente sino que convence con más facilidad. Porque, además, se divulga con la velocidad con la que vuelan el virus o las pompas de jabón.
Reclamaba “una prensa clara y viril”, y a los periodistas les recordaba “que las palabras tenían un valor y que había que pensárselas”

Albert Camus, un personaje que logró imponerse a otras autoridades del siglo XX (como Jean Paul Sartre), alertó de esta situación en medio de la Segunda Guerra Mundial, cuando las mentiras de Hitler generaron matanzas que ahora son revividas como materia de conmemoración aunque los argumentos que las llevaron a efecto sigan siendo inyectados en la sociedad desde los mecanismos mentirosos que, en otro tiempo, puso en marcha el diabólico dictador alemán.

Casi cada día, el entonces director de Combat, autor luego de El extranjero y en 1957 precoz Nobel de Literatura, hizo honor a los rudimentos viejos del oficio, no se dejó contaminar por el clima de la guerra, donde casi todo vale, y usó su tribuna en el periódico (desde 1944 a 1947) que fue uno de baluartes civiles de la Resistencia para avisar de las desviaciones a las que unos y otros querían conducir lo que publicaba entonces la prensa.

Comprometido con la causa antinazi, como todos sus compañeros, tuvo tiempo cuando Hitler aun amenazaba con su bota de acero (1944) de llamar la atención sobre los deberes sagrados del oficio que él ejercía y admiraba. Él reclamaba “una prensa clara y viril”, y a los periodistas les recordaba “que las palabras tenían un valor y que había que pensárselas”, pues en aquel momento era “responsabilidad de los periodistas” la dignidad que querían “restablecer para el oficio”.

LAS REGLAS DEL OFICIO

En épocas en que ya se preparaba Francia (y el mundo) para la caída de Hitler y por tanto para restablecer la ética de los distintos comportamientos decaídos por la contienda, explicó de esta manera las reglas del oficio: “Cualquier reforma ética de la prensa sería en vano si no la acompañasen medidas políticas que permitieran garantizarles a los periódicos una independencia real frente al capital”. Pero, a la inversa, seguía Camus en uno de sus editoriales firmados en Combat, “la reforma política no tendría sentido alguno si no se inspirase en una profunda reconsideración del periodismo que llevasen a cabo los propios periodistas. Aquí, como en los demás, existe una interdependencia entre la política y la ética”.

Un periodista es, “en resumidas cuentas, un historiador sobre la marcha cuya principal preocupación ha de ser la verdad”

Esa reconsideración del periodismo la exigía el autor de El revés y el derecho mientras resonaban las bombas y sus compañeros daban noticia de la peor tragedia del mundo hasta ahora. Pero él estaba inaugurando una reflexión sobre “la nueva prensa”, y es tal el alcance que le da a su preocupación por el oficio que hasta hoy debería llegar su eco. Decía Camus que en los años de la clandestinidad también era imperiosa esa discusión. Pues un periodista es alguien que “se supone que tiene ideas”, “se encarga a diario de informar al público de los acontecimientos del día anterior” y por tanto es, “en resumidas cuentas, un historiador sobre la marcha cuya principal preocupación ha de ser la verdad”.

Pero la verdad no nace sola. Dice Camus: “Cualquier historiador sabe hasta qué punto en historia, pese a la perspectiva, el cotejo de documentos y los testimonios que coinciden, es la verdad cosa escurridiza. A este estado de hecho sólo puede aportar una enmienda, que es ética; quiero decir, un prurito de objetividad y de prudencia”.

El libro en el que ahora se incluyen estas reflexiones (entonces urgentes, ahora urgentísimas) sobre los perjuicios que causa el rumor como materia del oficio ha sido publicado en España por Debate, La noche de la verdad, cuenta con un importante prólogo de Manuel Arias Maldonado y la traducción es de María Teresa Gallego Urrutia. Como El revés y el derecho (Alianza Editorial, 1984, traducción de Alberto Luis Bixio, revisada por Miguel Salabert), donde el Nobel argelino cuenta cómo “el sol que reinó sobre” su infancia lo privó “de todo resentimiento”, este es un libro sobre los orígenes y perjuicios del odio, y el (mal) ejercicio del periodismo es su piedra de toque.

Cuando nos dicen que la mentira y sus otros aditamentos “es lo que quiere el público”, hemos de replicar que eso no es cierto. “No, el público no quiere eso. Se le ha enseñado durante veinte años a quererlo, que no es lo mismo”

En el artículo en el que avisa a los periodistas de las obligaciones que concurren en lo que no está escrito en nuestro carnet, avisa Camus que cuando nos dicen que la mentira y sus otros aditamentos “es lo que quiere el público” hemos de replicar que eso no es cierto. “No, el público no quiere eso. Se le ha enseñado durante veinte años a quererlo, que no es lo mismo. Y también el público ha reflexionado durante estos cuatro años, está dispuesto a adoptar el tono de la verdad puesto que acaba de vivir una época de verdad terrible”. Hice este subrayado, porque creo que es como una de las flechas que Camus ha hecho llegar hasta ahora mismo: “Pero si veinte periódicos, todos los días del año, exhalan a su alrededor el mismísimo aliento de la mediocridad y del artificio, respirará ese aliento y no podría ya prescindir de él”.

Esta radical reconsideración del periodismo de antaño es similar a la que hace sólo tres años puso en circulación el profesor Timothy Snyder en Sobre la tiranía (Galaxia), avisando, como avisaba Camus contra Hitler, acerca de los perjuicios que tenía sobre la conciencia civil de los hombres la aceptación perezosa de las manipulaciones de la que ahora son objeto (por Trump, en este caso) los medios de comunicación y, sobre todo, las redes sociales, con ese “tono de verdad” que denunciaba el director de Combat.

Uno de aquellos editoriales de Camus apelan al periodista de hoy como una exigencia que va más allá de lo que en este tiempo marca el estilo del oficio. Él se refiere a la situación en Francia de aquel momento, pero nosotros podemos aplicar hoy su reflexión al momento estrictamente mundial de la ciudadanía cibernética. Dice el que sería Nobel: “Lo esencial (…) es que estemos sobre aviso. La tarea de cada uno de nosotros es pensar bien lo que se propone decir, ir moldeando poco a poco cuál es la esencia de su periódico, escribir con atención y no perder nunca de vista esta inmensa necesidad en que nos hallamos de devolver a un país su voz profunda”. Y ese es el final del artículo, que es la vez un grito: “Si hacemos que esa voz siga siendo la de la energía más que la del odio, la de la orgullosa objetividad y no la de la retórica, la de la humanidad más que la de la mediocridad, entonces quedarán a salvo muchas cosas y habremos estado a la altura”.

UN MOTIVO DE ORGULLO

Cuando leí, hace muchos años, El revés y el derecho, y sentí que aquella frase sobre el sol y contra el rencor era una apelación vital sobre el oficio, subrayé tanto ese libro que parecía que quería reescribirlo. Me ha sucedido ahora, de nuevo; pero en este caso porque siento que esta recopilación no se detiene en la diatriba dicha bajo la sombra horrible de una guerra, sino que advierte a los ciudadanos obnubilados por los destellos de la mentira a exigir a la prensa, en todas sus formas, el respeto a las normas eternas de un oficio que podría desaparecer bajo un lodo que se ofrece bajo la especie de la transparencia y que tan solo es grito y furia sin otro fundamento que el de causar el daño del rencor y de la sombra. Es un oficio muy serio, del que depende la salud mental de la humanidad, que exige a los periodistas la lucha que obliga a los historiadores a fijar, con honestidad y valor, lo que pasó en otros tiempos.

En el mejor ensayo que se haya hecho sobre Camus y, entre otras cosas, los valores del periodismo (Camus a contracorriente, traducción de José Luis Aristu, Galaxia, 2008), su amigo de la infancia Jean Daniel (legendario director de Le Nouvel Observateur), recoge lo que pasó tras una de las ocasiones en que Camus, al final de una jornada de trabajo, se sintió feliz de lo que él y sus compañeros habían hecho para que Combat no fuera solo unas hojas sino un motivo de orgullo. Exclamó Camus, para brindar con ellos: “¡Vale la pena luchar por una profesión como ésta!”

Para llegar a ese brindis hoy habría que tener la certeza de que el barco no hace aguas o no nos encandilan sus luces falsas.

( Artículo tomado de Nueva Revista, publicado inicialmente en La Nación de Buenos Aires)

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